«La poesía hace que nada suceda», W.H. Auden

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Red de seguridad

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Siete reflexiones dispares o no tanto.

I. «No somos conscientes de la multitud de problemas que nos frenan nuestros padres hasta que te llegan», leía en el Instagram de una empresaria que admiro en referencia a su madre recientemente fallecida. Esta frase me dejó marcada y ahora que también tengo «una responsabilidad», pensé en cómo queda la vida de un hijo cuando falta uno o los dos de sus padres.

II. El gran David Gistau, en una de sus últimas entrevistas, reconocía su mayor miedo: morir prematuramente pero no por el hecho de morir sino por «faltar en casa», irse «demasiado pronto para mis hijos». Cuando me pongo sentimental me da por pensar en lo mismo.

III. ¿Cómo se puede estar preparado para ese momento? Simplemente no se puede. Ya sea «ley de vida» o completamente improbable, el duelo es inevitable, pero quiero creer que de forma oculta uno puede preparar a sus cachorros para el triste desenlace. Y una y otra vez viene a mi mente la película An Education.

IV. Hace unas semanas estuve en la conferencia organizada por el Círculo Orellana sobre Margarita Salaverría, la primera diplomática española. Estudió en el colegio Alemán, luego en el Instituto Escuela de Madrid para luego matricularse en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense en 1932 y presentarse a la Carrera Diplomática y sacarla. Formó una maravillosa y numerosa familia, viajó por el mundo y representó a España como mejor supo hasta su jubilación en 1981. Cuando con 21 años Margarita consiguió lo impensable, toda la prensa nacional e internacional se hizo eco de la noticia. Muchos periodistas quisieron entrevistarla y ella las declinaba. Pensaba que una mujer ganara las oposiciones no era excepcional, sino que era una consecuencia lógica de una trayectoria académica impecable, defendiendo esta idea con una sencillez y naturalidad admirables. Margarita y su hermana siempre recibieron el apoyo incondicional de sus padres.


V. Me contaba una compañera como, al llegar a Madrid a matricularse en la Universidad desde su pueblo, llamó a su madre diciendo que aquello era un disparate y que se volvía. La madre le dijo que no se atreviese a volver sin la inscripción realizada. Y no le quedaron más narices: se vino arriba (sobre todo al ver que el resto de estudiantes iba acompañado de sus padres).

VI. La educación da confianza, da madurez, da entendimiento, da la famosa resiliencia. Da seguridad. Y quiero creer que además de una carrera profesional, cuando las cosas se ponen feas, cuando el mundo se tambalea y caigamos al vacío, ahí esté esa red. La red que nos dieron nuestros padres que no nos deja tocar fondo, que da la tranquilidad propia de que alguien vele por ti.


VII. Vuelvo al principio: no somos conscientes de lo parachoques que son nuestros padres. No somos conscientes del regalo que es la educación. Un regalo que creemos que es para tener un buen empleo cuando en realidad nos están allanando el camino para seguir adelante cuando ellos falten.