«Los libros me enseñaron a pensar y el pensamiento me hizo libre»,Ricardo Corazón de León

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Probá con la vidita

Portada de «La Uruguaya» de Pedro Mairal (Libros del Asteroide)

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No recuerdo exactamente el nombre de la asignatura, era algo tan genérico como Economía, pero en segundo o tercero de carrera, el profesor que impartía aquella materia hizo el primer día algo que nunca olvidaré. Escribió una frase en la pizarra y quien no la imprimiese y trajese plastificada a clase el próximo día y, sobre todo, el día del examen, lo que seguro podía esperar de aquellos meses hablando de micro y macro era un suspenso (y no porque fuésemos los de Humanidades). Por ello, entre la guasa y el por si acaso, ante la amenaza, todos acudimos corriendo a la copistería. Y ahora que, muchos años después, encuentro aquel papel (si cuesta tirar los apuntes, ¡cómo tirar algo plastificado!) comprendo por qué lo hizo. No recuerdo bien el feudalismo, ni lo que pensaba Adam Smith, ni si cogió la tiza o él mismo nos dió el folio, pero Cicerón y su cita del año 55 antes de Cristo me acompañan desde entonces, dándole así un valor, para mí antes insospechado, por los siglos de los siglos, a un puñado de palabras.

Pienso en «lucharemos en las playas» y en «un pequeño paso para el hombre». Pienso en las madrinas de guerra que escribían cartas a los soldados para que no perdiesen la esperanza. Pienso en cómo Jorge VI se esforzó para sonar mejor por la radio. Pienso en cómo de un tuit puede salir una noticia y que un mal traductor puede provocar una crisis diplomática. Pienso en ejemplos y entonces confirmo. Las acciones son acciones, pero lo que se dice, dónde se dice, cuándo se dice, también es importante. Y aunque a algunos parezca darles lo mismo porque «donde dije digo, digo Diego», parafraseando a Carlos Alsina en su discurso tras recibir el Francisco Cerecedo, «lamento defraudar a quienes piensan que todo es elástico». Los mensajes remueven, mueven, pueden convencernos, son capaces de crear un estado de ánimo, son recordados. ¿Y lo mejor? Construirlos y transmitirlos correctamente está al alcance de todos.

Nos preocupa la inteligencia artificial, saber del metaverso o estar en la última red social; en cambio, subestimamos cómo las denominadas habilidades blandas, las aptitudes que facilitan la interacción social, nos pueden ayudar muchísimo en nuestro día a día en el trabajo. Las formas en las que pedir algo a un compañero, exponer un proyecto de una manera potente, captar la atención y contagiar hablando en público, mediar en un conflicto con un proveedor o cliente, el tono y mensajes con tus jefes o equipo, la coherencia y el compromiso entre lo pensado y lo dicho. Unas habilidades comunicativas que se pueden mejorar y fortalecer de maneras muy simples y accesibles: leyendo para agilizar la escritura y ampliar el vocabulario, observando y escuchando para adaptarse a cada situación y al de en frente, practicando la locución y los tiempos asistiendo a charlas y ponencias, reflexionando y haciendo autocrítica a la hora de relacionarse con otros...

Suena tan básico, tan de sentido común y tan antiguo que no parece que vaya a funcionar pero «de las pequeñas experiencias construimos catedrales» (Orhan Pamuk). Por lo que si te agobia que Bender ocupe tu puesto, si has de saber programar o ser un experto en GA4, si deberías haber estudiado otra carrera más técnica, quizá hoy al verte en el espejo, mirar en el retrovisor, hacerte un selfie, te percates que el impulso en tu carrera profesional está ahí mismo, se refleja.

«Entendí que prefería tocar bien el ukelele que seguir tocando mal la guitarra, y eso fue como una nueva filosofía personal. Si no podés con la vida, probá con la vidita». La Uruguaya, Pedro Mairal

Plastificarlo.