«La comedia, el drama y la novela, cuyo argumento no se puede contar, no es novela, ni drama, ni comedia», Felipe Sassone

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No cambiará pero...

ilusión de Müller-Lyer

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(Siempre hay un pero)

I. Si reconoces esta imagen, seguramente sepas que se trata de la famosa ilusión de Müller-Lyer. Si no te sonaba, poco importa, porque tiene el mismo primer efecto para todos. Nada más verla, la línea de abajo nos parece más larga que la de arriba, pero cuando lo miramos dos veces o, mejor, sacamos una regla, nos percatamos de que tienen la misma longitud. Es decir, tras medir los segmentos, el Sistema 2 de nuestro cerebro nos hace conscientes de que son igual de largas y que son las puntas de flecha añadidas en sus extremos, apunten hacia adentro o hacia afuera, las que crean la ilusión óptica. Aun así, es inevitable que el Sistema 1 haga de las suyas y a primera vista creamos que la de arriba es la más corta.

Este ejercicio que leí en Pensar rápido, pensar despacio de Daniel Kahneman invitaba a distinguir entre impresión y verdad, a pensar sobre el cerebro y su funcionamiento, pero a mí me llevó a reflexionar sobre algo de lo más mundano que a veces ocurre y que habremos oído mil veces: cuando en los comienzos de una relación, al cabo de un tiempo, uno empieza a detectar aquellas pequeñas (y a veces grandes) cosas que no le gustan de la otra persona pero tiene tantas ganas de no fastidiarlo, que sin importar un potencial desengaño se consuela pensando…«yo lo voy a cambiar, conmigo cambiará, no te preocupes, que lo hará».

II. Desde algo tan superficial como su vestimenta hasta querer transformar algo más profundo, al arrancar un noviazgo uno es incapaz de reconocer el patrón ilusorio y recordar que hay que diferenciar entre lo que cree con lo que realmente es, llegando así en muchas ocasiones y en última instancia, al pozo de las decepciones una vez roto el hechizo. Y es que pasada la adolescencia, la personalidad de uno, la forma de entender y ver las cosas, de comportarse, la educación, los gustos y las manías se consolidan y además tienden a acentuarse. NO LO PUEDES CAMBIAR y así la princesa de Hans Christian Andersen seguirá sintiendo el guisante bajo los colchones tanto a los 20 como a los 60 y si en temprana edad no comentó las molestias que había pasado esa noche hasta ser preguntada, en su vida adulta quejarse será lo primero que haga al salir de la cama.

III. Con esta premisa, sabiendo que el cambio es cuasi-imposible y que seguramente vaya a peor cuando se coge confianza, puedes optar por cortar o alejarte de aquellos con los que al final parece que no encajas pero, me temo, que en el ámbito laboral, no eliges a toda la plantilla y uno está «obligado» a tratar con personas con las que quizá, de ninguna otra manera, tendría relación si se diese en otro entorno. Y esa es la gracia, la diversidad que hace la magia, y uno puede centrarse fríamente en su sistema 2 «porque es solo trabajo» y conseguir que no le afecte o como buen humano, caer en la ilusión y el impulso, aún sabiendo que Compañeros no estaba precisamente exento de drama.

IV. «Me hace la vida imposible», «la tiene tomada conmigo», «no sé qué le he hecho»... El otro día, en una cena, hablando de cómo en las grandes corporaciones los que ascienden se separan del excel pero se adentran en la gestión de equipos, se comentaba cómo esto estaba infravalorado y lo agotador y complicado que era. De pronto, la oficina parecía un colegio. Y surgían todos los perfiles de entonces: los acomplejados, ególatras, psicópatas, controladores, chismosos, cenizos, trepas, que enumeraba en un post Antonio Espinosa de los Monteros (recalcando que lo fácil es pensar que siempre el tóxico es el otro), que podían conseguir que uno temiese la llegada del domingo con todos sus fantasmas.

Hasta que leí en Instagram una frase para devolver la esperanza: «la falta de comunicación se llena de imaginación». Y ahí estaba el quid de la cuestión.

V. Si hay un personaje en la historia del cine realmente detestable, ese es Melvin Udall en la piel de Jack Nicholson. El escritor de novela rosa, neurótico, trastornado, obsesivo, compulsivo, lleno de ira, sin filtro, acude a diario a comer al restaurante donde trabaja Carol Connelly quien lo atiende con una paciencia infinita. Hasta que un día, ella falta al trabajo y se producen una serie de inevitables situaciones de acercamiento entre ambos que aun sabiendo que «es un chiflado» y «la peor persona que he conocido», demuestran que una actitud como la de Helen Hunt, capaz de tomarse el tiempo, de empatizar y escuchar, de hablar con respeto pero sin pelos en la lengua y, sobre todo, dispuesta a intentarlo, es capaz de llevar lo peor a buen puerto.

Hay una escena que lo resume todo. Salen a cenar. Él no quiere bailar y ella sin quejarse lo acepta y se vuelve a sentar. Él le dice que va vestida «de andar por casa» y ella, a punto de irse, le da una segunda oportunidad para que lo arregle con un cumplido. Lo pide con dignidad (de pie) y siendo tajante («ahora o nunca. Y siéntelo»). No se resigna. Él necesita unos minutos. «¿Podemos pedir la comida antes?» y ella mantiene la calma. Ella le confiesa que tiene pánico de que le diga algo horrible pero él sabe que no habla en serio. «No seas pesimista, no es tu estilo». Y, se hace el silencio, porque contra todo pronóstico, se escucha:

-«Tú haces que quiera ser mejor persona», dice Melvin.

- «Puede que sea el mejor cumplido de toda mi vida», contesta Carol.

Y esa es la clave. Él nunca va a cambiar; seguirá siendo un maníaco insufrible y eso Carol, «la camarera», lo sabía. No cayó en la ilusión óptica pero comprendió que era mejor hacer el esfuerzo. Decidió lanzarse a hablar (a la cara) con él en vez de a especular sola o por detrás; prefirió responder a las impertinencias con cordura, cortesía y consideración. Él se quedó descolocado con el trato y la historia fue Mejor…Imposible. Porque él nunca va a cambiar pero (siempre hay un pero) puede mejorar.

Probadlo.