«Las personas libres jamás podrán concebir lo que los libros significan para quienes vivimos encerrados»,Diario de Ana Frank

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Carta al director

Imagen de cubierta del libro «Metafísica del aperitivo», editado por Periférica

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Aperitivo omnisciente

En Metafísica del aperitivo, una obrita sobre un hombre que se sienta en la terraza de un bistró parisino de Montparnasse a tomar algo, Stéphan Lévy-Kuentz hace un breve tratado sobre este instante de suspensión ocioso en el que hay que adentrarse con cautela, pues es condición previa «encontrar un puesto de observación idóneo, ligeramente apartado, ni demasiado expuesto ni demasiado aislado, una atalaya que garantice un ángulo de visión propicio para la observación [...]». Sostiene, que antes de adentrarse en el ocaso a mirar cómo palpita el mundo, es vital elegir el velador correcto. Al fin y al cabo, en una misma terraza, hay diferentes escenografías y «no todas cuentan la misma historia».

Desconozco si Jimi Rodríguez, una de las personas más divertidas de seguir en Instagram (sobre todo los jueves), ha leído a Lévy-Kuentz pero confirmo que su artículo sobre medir el pulso a la sociedad, también traducido como escuchar conversaciones ajenas, refuerza junto al monólogo interior del personaje de Lévy-Kuentz mi teoría sobre que, a veces, tomar distancia y analizar desde fuera es un ejercicio de lo más revelador e importante. Cuando te sales del bullicio protagonista y das un paso al lado, todo se ve de otra manera.

Pienso en grandes empresarios y emprendedores, escucho y leo sus historias y, en todas detecto un mismo patrón. Empezaron dando clases de inglés, haciendo y repartiendo tartas, vendiendo batas, como en los arranques de toda compañía estuvieron en el meollo, pero llegó un punto en el que tuvieron que alzar el vuelo, salir del día a día, tuvieron que delegar y confiar en otros algunas tareas con la dificultad que supone (impresiona lo que cuesta desprenderse de algunas obligaciones) para mejorar la toma de decisiones, pensar en el siguiente paso, tener tiempo para cuidar y supervisar al equipo, ser más creativos y ser más eficientes. Eso sí, siendo siempre conscientes de que «el velador es versátil: puede favorecer la amistad o convertirse en una tumba solitaria» y, por ende, permaneciendo involucrados y disponibles, pegados al negocio, enseñando su método, siendo su mejor mystery shopper o bajando a la cantina a comer con un fin: ser como Christopher Nolan que nunca les pide a sus actores que hagan algo que él no estaría dispuesto a hacer con las mismas ganas.

Porque cuando empiezas a consolidar un comercio, una idea y llega el momento de observar, de dejar de hacer de todo, de elevarse, conviene hacerlo desde ese puesto de observación idóneo que hablaba Lévy-Kuentz que da paso a la introspección, a agudas reflexiones, pero eligiendo bien el volador ya que pasarse de distancia entre el director y el set puede invitar a las elucubraciones propias de cuando imaginamos la vida del resto de personas del bar o del metro. ¿Será una primera cita? Apuesto a que se conocieron en Tinder.

Cuando, querido director, hay que adoptar otro papel menos divertido, el de narrador omnisciente, aquel que todo lo que ve, el que por su posición más información posee, que sabe lo que piensa cada uno de los personajes y cuenta la historia de maravilla por una simple y llana razón: decide donde hacer zoom porque, como Christof en El Show de Truman, (casi) siempre sabe cómo van a transcurrir los acontecimientos.

Para que las empresas cumplan años, como en la vida misma, hay que ir quemando etapas. Panta rei, todo fluye, todo cambia. Tienes que tomar distancia y variarán tus funciones. Tomarás el aperitivo solo pero procurando estar cerca para que, en cualquier momento, puedas sentarte en la mesa de al lado de la que llevas un rato metiendo antena y pensando en tercera persona... Y hacerlo en armonía.

Atentamente,

A.M.

Metiendo antena desde 1990