«No hay que llamar ciencia más que al conjunto de fórmulas que siempre tiene tanto éxito. Todo el resto es literatura», Paul Valéry

Encuentra tu librería

Abierto hasta medianoche

Libros sobre librerías III

Libros sobre librerías

-

Cuanto más voy a librerías, más quiero tener (en un futuro) la mía propia.

Cuanto más leo sobre librerías, menos quiero tener (en un futuro) la mía propia.

 

Quiero pasar el tiempo entre libros, olerlos, manosearlos. Quiero tener conversaciones con extraños como si les conociera de toda la vida, tener excusa para invitar a escritores a tomar algo, sentirme en el trabajo como en casa. Poder comentar las últimas novedades y algún chisme del mundillo. Quiero poder leer mientras espero al siguiente cliente y alegrarme cuando vuelve elogiando el libro que le recomendé. Me gustaría animar mi barrio culturalmente: con charlas, debates, talleres…Y leer todos los suplementos por obligación. Quiero. 

Pero a la vez, no quiero que me duela la espalda abriendo cajas y colocando libros o al revés sacando libros de la estantería y metiéndolos en cajas. No quiero pasar horas comprobando albaranes, precios, liquidaciones. Me da pánico angustiarme por los meses flojos y agotarme con las ferias y la campaña de Navidad. No quiero frustrarme con las malas noticias sobre los índices de lectura y Amazon. No quiero. 

Por eso, admiro a esos valientes (el mundo es de los valientes): empresarios que piensan como libreros pidiendo a la distribuidora libros por corazonada o por afinidad con el autor y libreros que piensan como empresarios saliendo de su barrio a través de las redes sociales y su web, trabajando horas extra y leyendo mucho menos de lo que les gustaría, por muy raro que esto pueda parecer.

Como cuenta la propietaria de la vienesa Harlieb Bücher, Petra Harlieb, en Mi maravillosa librería (Periférica, 2015) uno no se forra precisamente vendiendo libros pero «vivimos nuestro sueño, y haciéndolo pretendemos financiar más o menos nuestra vida». Y por compartirla con nosotros, les doy las gracias.

En este libro, Petra Harlieb cuenta cómo compró una antigua librería vienesa casi sin pensarlo y tuvo que trasladar a su familia desde Hamburgo para regentarla, con todas las alegrías y las penas que esto conllevó. En cada página, se siente su fortaleza y energía y deja constancia de ser una mujer ejemplar, capaz de todo. Porque lo que empezó con un «¿por qué no nos la quedamos nosotros?» ha acabado por convertirse en una de las paradas obligatorias de la capital austriaca: la ya mítica librería Harliebs Bücher. Sin duda, se trata de una deliciosa lectura llena de anécdotas que demuestra un amor incondicional por los libros o, mejor dicho, por los libros en familia.

Un propósito similar, recuperar una antigua librería, se encuentra también en Una librería con magia de Thomas Montasser (Embolsillo, 2017) pero de otra manera y no porque sea ficción. Como una película de sábado por la tarde de Antena 3, la historia cae en todos los tópicos que pueden surgir alrededor de una tienda de libros. Valerie, una ambiciosa estudiante de Económicas hereda la librería de su tía Charlotte que ha desaparecido dejando una nota. Y lo que empieza por ser una puesta en orden de un negocio, acaba siendo un brutal enamoramiento por la librería, chica conoce a chico, reaparece la tía (siento el spoiler) y lo peor de todo que como buen cine malo, no puedes dejar de verlo, en este caso leerlo. Al fin y al cabo transcurre en una librería cuyo nombre, Ringelnatz & Co, trataba de emular a una de sobra conocida con el encanto que desprende.

En La librería más famosa del mundo (Malpaso, 2014), el periodista canadiense Jeremy Mercer cuenta cómo un día entró en Shakespeare & Company huyendo de su pasado y qué cosas pasaron los años probablemente más intensos de su vida. Conoció a su dueño George Whitman, lo admiró y odio por igual pero lo quiso como el librero quería pues antepuso esa librería/comuna/guarida, fundada en 1951 en París, a cualquier otra cosa que antes le hubiera parecido importante. Mercer aprendió a vivir en el caos con poco pero enriqueciéndose mucho de otra manera: las lecturas, las amistades, la ciudad. A poner el romanticismo donde debería siempre estar, en lo más alto, a tener esperanza y a defender los sueños propios o ajenos: que Sylvia, la hija de Whitman, se encargase de la librería y así asegurarse su supervivencia.

Y así fue. Y yo me muero de ganas de sacarme un billete directo al 37 de la Rue de la Bûcherie, entrar, pasar horas, comprar libros y sentirme como que conozco su historia. Trataría de no hacerme ninguna foto para parecer una habitual de la tienda aunque lo más seguro es que se me notase y acabaría comprando compulsivamente todo el merchandising. El groupismo es lo que tiene. 

Y es que como le ocurre a Florence Green, protagonista de La librería (Impedimenta, 2010), la debilidad por las cosas bonitas puede ser muy traidora.

«- No sé por qué he comprado esto – reflexionó Florence después de una de estas visitas-. ¿Por qué me los he quedado? Nadie me forzó a ello. Nadie me aconsejó.

Tenía ante sí un paquete con 200 marcapáginas chinos, pintados sobre seda. La cigüeña, que simbolizaba la longevidad; un ciruelo en flor, para ilustrar la felicidad…».

En la novela de Penelope Fitzgerald que tiene lugar en 1959, el personaje principal decide abrir una librería en un minúsculo pueblo costero de Suffolk para pronto encontrarse con unos habitantes contrario al cambio y a abrirse a la modernidad. Sobre todo cuando ahí se empieza a vender Lolita

Pero como buena librera, Green no desiste, no tira la toalla, se moja, lo da todo, se deja la piel por lo que cree. Y si ustedes no creen a alguien capaz de darlo todo por los libros, léanlo. Y si pasan de los libros y por equivocación han leído este artículo, vean la película.